lunes, 28 de marzo de 2016

CERCA DE TERMINOR - LA MONTAÑA MÁGICA


MUY CERCA DE TERMINOR: "LA MONTAÑA MÁGICA"

 

Hacía 35 años que no realizaba a pie aquel trayecto y, desde luego, aunque evocados en el recuerdo, todos los parajes me parecían nuevos y sumamente bellos. Acababa de cruzar Velilla y bajo mis pies discurría una estupenda carretera de montaña, con un pavimento al que envidiarían rutas de mayor trascendencia. En paralelo a la carretera serpentea un camino rural jalonado por diversas fuentes de aguas cristalinas y fresquísimas que aplacan la sed del transeúnte. Tras dejar a un lado El Calderón, manantial ubérrimo que abastece de un agua sin igual a los moradores de Velilla, me dirijo al campamento que utilizaban como residencia los trabajadores que en los años 50 construyeron la presa de Compuerto.

 

Esperaba encontrarme lo que recordaba: una serie de viviendas y almacenes abandonados, con una arquitectura singular, en algunos casos, pero desvencijados y semiderruidos por el abandono de muchos años. La sorpresa fue mayúscula: está todo nuevo y reluciente. Además ahora tiene un bonito nombre: Ciudad del Brezo le llaman. Se ha convertido en una especie de Colonia de Verano con una dotación de primera calidad, pero con un sabor montañés evocado por los nombres que denominan los distintos albergues: Peña Mayor, Peña Lamba, Espigüete…etc. Parece un lugar ideal para pasar unas inolvidables vacaciones lejos del bullicio y en pleno contacto con la naturaleza. Una bucólica sensación de paz se iba apoderando de mí.

 

Sobrepasada la Ciudad del Brezo, se abrió ante mi un paisaje que me dejó embelesado.

 

Yo recordaba una zona abandonada, con restos de maquinaria y materiales de construcción de la presa en muchos lugares, con ruinas de edificios auxiliares a lo largo de la carretera que conduce a la base de la presa, casi sin vegetación por efecto de la deforestación anterior y posterior a la construcción. En mi memoria aparecían unas laderas repobladas de pequeños pinos en compensación de algún incendio y del impacto medioambiental - en aquella época poco tenido en cuenta- repoblación en la que participé y en la que no creí, ya que no me pareció que pudieran prosperar.

 

Hace 35 años, aquella zona que me producía desazón, me aterraba la rotura de la presa y la devastación posterior. He visto en sueños, en más de una ocasión, ese valle desde la presa hasta el puente como un paraje desolador, sin árboles y como un pedregal inmenso, donde mi cuerpo arrastrado por las aguas se daba innumerables golpes contra las rocas, y sin una triste rama donde asirme para evitarlo. Eran sueños de terror infantil, pero así lo tenía yo grabado en el subconsciente.

 

¡Que realidad tan diferente!. El valle está lleno de árboles, proliferan los pinos, el haya el roble el fresno y otro sin fin de especies que es difícil describir. He visto gran variedad de helechos por doquier. El camino de servicio que conduce a la base de la presa permite contemplar un paraje que te hace mirar al Cielo y dar gracias. El Paraíso debe de ser algo parecido. Si miramos hacia arriba, los riscos nos acomplejan y nos imponen un poco de temor, pues parecen algo inestables. No obstante, se ve la mano del hombre en la realización de contrafuertes para evitar indeseados desprendimientos. Pero nuestra sensación de agobio se aplaca con la melodía continua de cantarines riachuelos procedentes de innumerables manantiales que tienen su origen, a buen seguro, en las filtraciones de la masa de agua de la presa.

 

Llegado a la base del muro, me refresco en una gélida fuente de rico sabor, y me encuentro con la sorpresa de que han construido una escalera que, paralela al muro de hormigón, permite la subida, con no demasiado esfuerzo y sí mucha seguridad, a la coronación de la presa. Desde allí, aguas abajo, una panorámica de La Gloria; aguas arriba, el verde profundo de mis evocaciones, pensamientos y recuerdos de un ayer que creía olvidado.

 

Por encima asoma un mirador, habilitado en los restos del edificio de tolvas del Blondín que sirvió para construir la presa. Un pequeño túnel te traslada a otro mundo: El Espigüete reflejado sobre las verdes aguas del “Lago de Compuerto” te conduce directamente a una especie de Suiza Cantábrica. En la antesala del túnel se puede contemplar un “graffiti” con una inscripción que te invita a pensar en la inmensidad de una obra que no puede haber sido realizada por un arquitecto cualquiera, sino que más parece el mismísimo lugar donde Cristo fue tentado. “La locura, es como un pez que nada en tu cabeza” - dice la pintada -.  Tras una meditación sobre la enigmática pintada, y una larga contemplación de tanta hermosura, se impone el regreso.

 

De vuelta hacia Guardo, conmovido por todas las  vivencias de la tarde, el camino se me hacía más corto y mi corazón acelerado me imponía un caminar casi de marcha.

 

Creía que la tarde ya no daba para más emociones, cuando al doblar el último recodo de la carretera de Valcobero, antes de llegar a la Ciudad del Brezo, unas luces tintineantes con las tonalidades del Arco Iris y un intenso espectro verde, que procedían de entre los pinos, llamaron poderosamente mi atención. De dos zancadas subí el terraplén y me adentré en el pinar. De repente ante mis ojos apareció la figura de un ser esbelto, joven, de color verde intenso y muy brillante; aunque más pequeño que los pinos que le circundaban, su porte era majestuoso y su belleza indescriptible. Los últimos rayos del atardecer impactaban contra su brillantísima coraza de pequeñas láminas verdes ribeteadas de púas, rebotando en una sinfonía de colores que casi cegaba mis ojos. La emoción del momento me hizo pensar que algo parecido debió de sentir Pablo de Tarso, cuando fue derribado del caballo cegado por La Luz - claro que aquella fue la visión de una luz celestial -

 

El resplandor que yo presenciaba no lo producía un fenómeno místico, sino natural; un ser que parecía defenderse al dotarse de púas, un ser que está vivo pero que no se mueve, un ser que brilla rutilante y que por ser tan hermoso ha estado y está en peligro de extinción. Un ser que ha debido protegerse por las leyes del hombre para que el propio hombre no lo aniquile. Un ser que evoca la paz, reconcilia con la naturaleza y nos recuerda los tiempos de nuestra niñez.

 

Tan singular ser lo portaban nuestros hijos el Domingo de Ramos; adornaba nuestras casas en tiempo de Navidad; machacado entre dos cantos de río se convertía en una excelente liga que los chavales usábamos para cazar jilgueros - hoy también protegidos por la Ley -.

 

Este maravilloso ser, que hacía mas de 40 años que no veía, tiene hojas verdes brillantes como el charol, orladas con púas muy puntiagudas; florece por Navidad y es un árbol: Es el  ACEBO.

 

Este ser, vivido intensamente en mi infancia, me ha hecho convencerme de que realmente mis vivencias de esta tarde no han sido el producto de una alucinación producida por la insolación del fuerte sol del camino, o por el deseo irrefrenable de volver de un desarraigo demasiado sufrido.

 

Verdaderamente he vuelto a casa.

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