viernes, 4 de agosto de 2017

HISPANIA NUNCA FUE CONQUISTADA POR LOS PUEBLOS BARBAROS.

CAUSAS DE LA PACÍFICA  INVASIÓN DE LA IBERIA ROMANA.

EL FOEDUS DEL 411 MONEDA DE CAMBIO DE ROMA PARA PAGAR LOS SERVICIOS DE LOS BÁRBAROS EN LA DEFENSA DEL IMPERIO EN RUINAS.

No toda la crítica moderna entiende que el asentamiento bárbaro de 411 en Hispania se realizó con la aquiesciencia de un poder romano (legítimo o no), es decir, articulado en un foedus. Nosotros, sin embargo, nos alineamos con la corriente historiográfica que aboga por la existencia de un pacto. Ciertamente, la información aducida por Hidacio no permite sostener per se que tal pacto existiera, pero tampoco que no: la información de la que dispone Hidacio sobre la historia peninsular en los primeros años del siglo V es muy escasa y presenta enormes lagunas (el episodio de Dídimo y Veriniano es un ejemplo). Tampoco de Orosio ni de Procopio, los otros autores que mencionan el asentamiento bárbaro, puede extraerse una información concluyente al respecto. Así pues, a partir de las fuentes escritas, ya de por si escasas, no se puede obtener una conclusión definitiva al respecto de la existencia o no de un foedus entre los invasores y algún poder romano (Máximo u Honorio).
Es, a nuestro entender, el contexto histórico el que proporciona los indicios que permiten exponer la teoría del pacto. Tenemos constancia de que Geroncio firmó una paz con los invasores bárbaros posterior a la derrota de Constante por éstos pero anterior al nombramiento de Máximo como Augusto. Sabemos, a su vez, que el general rebelde utilizó contingentes bárbaros en su campaña contra Constante (hecho este, por otra parte, habitual: los usurpadores Constantino III y Jovino también utilizaron numerosos auxiliares bárbaros) y los más verosímil es que los reclutase entre los invasores de Hispania. Destaca además el hecho de que cuando Geroncio atacó a Constantino III invadiendo las Galias, dejó a Máximo en Tarraconense, provincia, por cierto, que quedó fuera del reparto que de Hispania hicieron los bárbaros en 411. Esta opción estratégica, dejar el cuartel general propio en una retaguardia amenazada por lo germanos, sólo tiene validez si tal amenaza hubiera sido neutralizada con un pacto, que excluiría a Tarraconense de las provincias cedidas por Geroncio. Esta serie de hechos, unidos a otros (lo inverosímil de un sorteo como el descrito por Hidacio, el hecho de que Máximo se refugiase entre los invasores cuando fue depuesto, el intento, en 416, de los bárbaros de regularizar su situación legal proponiendo un pacto a Honorio ante la inminencia de un ataque visigodo), nos llevan a afirmar que los invasores bárbaros signaron un pacto de federación con el usurpador Máximo por el que los primeros proporcionaban al segundo auxilio militar contra Constantino III a cambio de la cesión de la Hispania peninsular con la excepción de Tarraconense.
Hidacio recoge también otra noticia controvertida. Según el obispo galaico, las provincias hispanas fueron repartidas mediante un sorteo (sorte). Una parte importante de la historiografía lo acepta literalmente y argumenta que no es verosímil que los vándalos asdingos, con un contingente calculado en unas 80.000 personas, aceptara un territorio tan exiguo como el que le correspondió tras el sorteo. Sin embargo, la cifra aceptada presenta dos dificultades para ser admitida como cierta: primero, se trata de una estimación de la población asdinga en el año 429, una vez asimilados los silingos y alanos que sobrevivieron a las campañas visigodas y, en segundo lugar, actualmente se está llevando a cabo una revisión a la baja de las cifras que se habían propuesto para el cálculo del numero de invasores que cruzaron el Rin en 406. No creemos probable que Hidacio esté hablando de un sorteo sino de un reparto de tierras basado, no en el azar, sino en el potencial militar y el prestigio político de las etnias bárbaras, lideradas, como el propio Hidacio confirma, por los alanos, quienes se adjudicaron las provincias más amplias y prósperas.
La principal consecuencia del foedus fue el reparto de las provincias hispanas entre los invasores. Queda por dilucidar qué tipo de asentamiento produjo este reparto pero por desgracia las fuentes son esquivas de nuevo a la hora de proporcionar información sobre este trascendental aspecto de la ocupación bárbara. Las escasas palabras ofrecidas por Hidacio (sorte ad inhabitandum sibi prouinciarum diuidunt regiones) son propicias para la polémica. En efecto, como ha quedado comentado, varios historiadores entienden que se está hablando de un simple sorteo y no de un reparto de tierras, mientras que otros, a los que nos sumamos, opinan que el término sorte hace referencia a lotes de tierras y su reparto. La comparación con otros testimonios literarios apunta en esta dirección. En efecto, textos de Próspero de Aquitania (donde se utiliza la misma expresión, ad inhabitandum, para referirse al asentamiento godo en Aquitania), Orosio y el propio Hidacio aportan pruebas de que se produjo un reparto de las tierras como consecuencia de la firma del pacto. El tipo de reparto que romanos y bárbaros llevaron a cabo nos es desconocido, por lo que debemos reconstruirlo mediante la comparación con otros pactos similares de los que tengamos más información. En general, el sistema de reparto de las tierras asignadas a los bárbaros en los distintos pactos firmados con Roma se realizó tomando como modelo las leyes romanas referidas a la institución de la hospitalitas, sobre todo la ley del año 399, que regulaba el régimen de alojamiento de las tropas romanas. Este sistema de reparto se aplicaría ahora también a los federados bárbaros, de forma que éstos recibirían una parte de los terrenos en los que se asentaran. El dueño de la propiedad conservaría dos tercios de la misma (o un tercio dependiendo de la región) y el recién llegado el tercio restante (o dos). Por lo general, las tierras que eran elegidas para ser cedidas a los bárbaros solían pertenecer a grandes propietarios o al estado, lo que eliminaría parte de los previsibles conflictos que pudieran darse derivados del reparto de tierras. Aunque no tenemos datos para asegurar que éste fuera el sistema empleado en Hispania, no hay motivos para dudar de que fuera así.
Excepto de los suevos, no disponemos de datos concreto que permitan localizar con cierta exactitud qué regiones fueron ocupadas por los bárbaros y cuáles las tierras preferentemente elegidas para el reparto. El pueblo militar y políticamente más importante de los invasores, el alano, recibió las extensas provincias de Lusitania (incluyendo la capital Emerita) y Cartaginense. Los alanos, incapaces de ocupar todo el territorio que se les había asignado, se concentrarían en amplias propiedades, seguramente provenientes de senadores absentistas, la res privata del emperador o de tierras estatales, de las que hay constancia de su existencia en Lusitania y donde podrían practicar la ganadería nómada. En cuanto a los vándalos, los silingos, más poderosos, recibieron la rica Bética, si bien no es posible especificar qué zonas de la misma eligieron para asentarse. Galecia fue dividida entre los vándalos asdingos y los suevos, aunque Hidacio no dice cómo. Todo parece indicar, sin embargo, que los suevos recibirían la parte occidental, los antiguos conventos lucense y bracaraugustano, mientras los asdingos se instalarían en la oriental, en los antiguos conventos jurídidos asturicense y cluniense.
Los suevos, por ser el único pueblo que logró permanecer en Hispania tras la invasión y formar un reino duradero y recibieron una mayor atención de Hidacio quien, además, los tenía muy cercanos en el tiempo y en el espacio. Ello nos ha permitido delimitar con mayor precisión qué ciudades y regiones controlaron, en especial analizando el testimonio de Hidacio y otras fuentes (como, por ejemplo, el Parroquial suevo). Es indudable que la principal ciudad que les correspondió en el reparto fue Braccara Augusta, actual Braga, a la que convirtieron en su capital (si bien durante unos años el centro de poder político suevo fue Emerita). En el territorio de la ciudad se asentarían gran parte de los suevos y fue en ella donde el rey Requiario acuñó moneda por vez primera. Otra de las ciudades que la crítica adscribe sin dudas a los suevos es Portus, actual Oporto, último refugio del derrotado Requiario testigo de varios episodios de la guerra civil sueva. Hay, sin embargo, localidades en las que la historiografía moderna no se pone de acuerdo a la hora de decidir si pertenecieron al reino suevo desde la instalación de los suevos en Galecia o, incluso, si lo hicieron alguna vez. El principal escollo lo constituye la ciudad amurallada de Lucus Augusti, actual Lugo. Una parte de los historiadores defiende que la ciudad fue sueva, pero no desde un principio, habiendo sido ocupada bien en 420, tras la partida de los vándalos de Galecia, bien en 460, cuando la tomaron los suevos por traición. Sin embargo, la ocupación en 460 debe enmarcarse, mejor que en una conquista, en la guerra civil sueva que se está extendiendo por Galecia y el norte de Lusitania, de la que la ocupación de Lucus sería un episodio más. Debemos de tener en cuenta, además, que la ciudad no fue objeto de pillajes o saqueos durante la guerra civil, al igual que la capital Braccara, indicativo de que una parte importante de los suevos se habría instalado en la misma en 411. Por lo tanto, consideramos que una ciudad de la importancia política y militar de Lucus perteneció al núcleo originario del reino suevo. Otro núcleo urbano que produce discrepancias es Asturica Augusta, que tampoco ha sido admitida como sueva por algunos investigadores. Pero los datos apuntan en una única dirección: Asturica fue una ciudad definitivamente sueva. Fue saqueado por los visigodos en busca de suevos refugiados en 457 y Requiario decidió combatir la invasión visigoda en sus cercanías unos meses antes, lo que no se explica si la ciudad, que cubría su retaguardia, no estuviera en su poder. Finalmente, no disponemos de información sobre dónde se produjo el asentamiento de la población civil sueva. El hecho de que Braccara y Lucus no sufrieran pillajes durante la caótica guerra civil que siguió al derrumbe del reino suevo tras la derrota de 456, es indicativo de que estas ciudades acogerían la mayor parte de la población, lo que es muy lógico debido al escaso número de suevos que invadieron Hispania: estos preferirían un asentamiento concentrado en las ciudades principales que impidiese su completa asimilación por parte de la mucho más numerosa población hispanorromana. En el resto de las ciudades bajo su control se establecerían guarniciones militares. Es importante destacar que grandes zonas de Galecia, principalmente de la costa y algunas del interior, quedaron fuera del control suevo.

HISTORIOGRAFIA.


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© Francisco Javier Sanz Huesma, 2006.


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