sábado, 3 de febrero de 2018

DE VUELTA A LA VIDA

Historias de superación

Esperando el veredicto

Miro a mi alrededor y de pronto me doy cuenta de que no tengo absolutamente nada. Contemplo mi casa y presiento que no me pertenece. Miro todos los enseres encerrados entre las cuatro paredes y me parecen extraños que se han pegado a mi vida.
Cojo la mano de mi mujer y cuando nota el roce de la mía me mira a la cara. No puede por menos y se le escapan enormes lagrimones. Llora en silencio. Me aprieta suavemente con fuerza, para que reciba su energía positiva. Veo en su mirada que no hay reproche alguno. Ya se olvidó de “te lo dije” o “¿por qué no me hiciste caso?” debido a mis malos hábitos tabáquicos.
Ahora sólo descubro en sus ojos consuelo y miedo. Quiere que envejezcamos juntos y le causa pavor quedarse sola. Aunque sólo sea por estas dos premisas vamos a luchar codo con codo.
Hemos llegado al segundo ciclo, el de bregar juntos, aunando voluntades para ser más fuertes.
Si todo lo que tengo no lo poseo, ¿qué es lo que realmente tengo? Nada, solamente me tengo a mí, mi vida. Sin embargo, tiene fecha de caducidad, porque antes o después se extinguirá.
Y a esta sí que me apego. Estoy cansado, más bien molino, pero quiero levantarme del confortable sillón y dejar que el aire me curta la cara, oler el perfume de las gotas de lluvia sobre el asfalto una tarde de verano, sentir la vida a través de las voces de un parque infantil…
El tercer ciclo se me antoja más llevadero. Es el de las caricias, el de la normalización de la vida pero siempre con el miedo al caos. Es el del apoyo de los amigos, aunque muchos son virtuales. Mi muro, cada día, recibe una media de ocho o diez comentarios. Todos están cargados de hermosas palabras que intentan levantarme el ánimo y darme fuerzas para dar un paso y otro y un tercero con la intención de acompañarme en el camino.
Descubro que no estoy solo, que la amistad es una inyección tan potente que alivia los dolores más que el calmante más eficaz. Mitiga tanto el malestar físico como el del alma, ese dolor profundo que no se puede localizar en una parte concreta.
Y juntos llegamos al cuarto ciclo, el de la incertidumbre, en el que no sabemos si el camino elegido es el adecuado o si nos hemos metido en un pantano mientras apuramos las semanas y los meses como si fueran los últimos, como si no hubiera un mañana para seguir viviendo.
Respiro profundo, como si fuera la última bocanada de aire antes de entrar en la cámara de gas, cuando la enfermera pronuncia mi nombre. Me coges de la mano y noto que tiemblas. Ahora soy yo quien la aprieta con fuerza para infundirte confianza.
Sé que hemos hecho las cosas al pie de la letra, tal cual nos han mandado, por lo que espero que el veredicto del jurado sea exculpatorio.
Comienzan los preámbulos y quiero que el oncólogo pronuncie finalmente la sentencia. Sólo quiero oír una palabra entre dos posibles, ¿sano o enfermo? No hay más opciones.
Hace poco más de un año me detectaron cáncer. He seguido las instrucciones y acatado el duro tratamiento. Lo he soportado sin resignación, agarrándome a pequeñas ilusiones diarias y a cuantos tenía a mí alrededor. Ellos han sido los testigos que han declarado a mi favor.
El médico, por fin, pronuncia el laudo:
- Estás curado.
La vida se me antoja que sigue siendo hermosa.

VESTIGIOS DE LA VIDA REAL O FIGURADA DE ELOI

“Eloi, Eloi, lama sabactani "Y cuando vino la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y a la hora novena, ...